A estas alturas, el cambio para mi es algo (en cierta medida) fácil de asimilar. Obviamente es debido al constante cambio en mi vida. Por ello es que tengo la cualidad (¿?) de desprenderme fácilmente de las cosas, probablemente por eso es que soy mujer de pocas tradiciones. Y se limitan más que a tradiciones; rutinas. (Y obsesiones pero de esas escribiré después)
El café por las mañanas es una de ellas. Desde que me inicié en la tomada del café, cuando le robé a mi mama un sorbo de su termo rosa de litro, me ha acompañado todas mis mañanas sin importar el lugar. Ahora que mi mamá nos tuvo sin café durante cuatro (largos) días, por un pleito con el precio y los gramos; salir de la casa sin haber tomado mi taza de café, se sentía como si saliera sin haberme vestido.
Otra que tuve, mientras viví en Clavería, era despertar y (aun acostada) ver por la ventana como pintaba el día, ver las nubes y tratar de encontrar alguna forma, al mismo tiempo que ponía atención a cómo se escuchaba el tráfico. Mientras iniciaba mi sistema cerebral, en modo a prueba de fallos, para levantarme.
Las fiestas de fin de año suelo pasarlas con mi familia, solo dos veces en mi vida no ha sido así, pero con la fortuna de que siempre ha habido un ambiente familiar alrededor que lo hizo tan bueno, como si estuviera con mi familia.
La primera vez fue cuando tenía como 10 o 12 años, que no recuerdo bien porqué no estuve con mis papas y hermanos, sin embargo estaba con lo que en aquel tiempo fuera mi otra familia, con mi prima Ale y su hermano Sebas que (aunque suene a frase de borracho) más que primos son hermanos, pues crecimos y jugamos juntos. Y lógica pero lamentablemente, mientras más crecemos se vuelve más complicado, pero no por eso menos cercano. Cuando nos vemos seguimos siendo los hermanos de siempre. Y con toda la distancia que hay y al ritmo que nos permiten los distintos rumbos que tomaron nuestras vidas, siempre estamos al pendiente uno del otro.
La segunda fue hace poco cuando aún vivía en el D.F. y por trabajo no pude venir a Monterrey a pasarla con mi mamá y hermanos, sin embargo también estuve con mi otra, más reciente, familia: DJ.
Y ahora que recuerdo bien, también estaba Jaime, por video llamada, pero vale ¿no?
Con DJ, viví casi 5 años y tendría que ser de palo, para que no se hubiera vuelto el hermano que ahora es. Con el también crecí, jugué y sané raspones. Jaime con todo y que está en California, es culpable de muchas (excelentes) noches sin dormir. El entendimiento con él es tan apocalíptico, interesante y …bizarro, que poca gente lo entiende. Ambos se han colocado tan dentro de mí que, ahora que estamos lejos los tres, siguen siendo las personas con quienes más tiempo paso, al punto en que: un día sin hablar con ellos, simplemente es un día incompleto.
Entonces: aunque no era lo mismo que estar con mi mama y hermanos, de todas formas era gente con la que me sentía en familia.
Curiosamente la semana santa también es (¿o era?) otra de mis tradiciones (y no por la onda religiosa). Por mucho trabajo y proyectos que hubiera, me las arreglaba y solía ir de vacaciones al rancho de mis abuelos y pasarla con los primos, tíos y la gente que suele ir en estos días a visitar. Regularmente nadábamos y nos relajábamos a la sombra de los árboles con la panza al aire y con una copa de vino blanco o en su defecto, (y no por eso menos) una deliciosa y refrescante indio.
Hoy miércoles de semana santa, que no fui a trabajar hace (para mi gusto) mucho calor y aunque extraño el movimiento y la parentela del rancho, estoy con mi familia, festejando a Esthela, lo que añade puntos extra.
Haciendo recuento -con la gota de sudor corriendome por la frente- lo que más extraño de esos días de vacaciones, es la sombra de los árboles y el agua fresca del estanque donde nadábamos.
Siendo ésta la situación, hago uso de mi habilidad de desprendimiento y decido que no me molesta ir a trabajar los días “santos”; con este calor, habiendo aire acondicionado, lo demás, es lo de menos.