lunes, 7 de marzo de 2011

Inscripciones abiertas

Cuando era niña, al llegar al rancho, después de 8 o 10 horas de viaje desde monterrey, una de las primeras imágenes que se veían al entrar, era  la tía Evi  (Eva) de 80 y pico de años, sentada en su silla de ruedas en el corredor con la mirada perdida hacia el jardín.
Sabia que era la mayor de las hermanas de mi abuela paterna, Esthela (quien se hacía cargo de ella), que había criado en gran parte a casi todos sus sobrinos, que había vivido plenamente y que había sido una gran persona, con aquella calidad humana de la que muchos debiéramos aprender.
En aquel entonces con mis 10 años no alcanzaba a comprender bien porqué su mirada estaba perdida y porqué si había criado a todos,  no reconocía ni a su propia hermana, mas que a ratos. Sabía que tenía Alzheimer pero aún no lograba entender como funcionaba eso. Conforme fui creciendo, iba comprendiendo el significado y lo que envuelve el Alzheimer y cada vez me aterraba más, el miedo a los payasos es pequeñito comparado con esto. Pues me parecía profundamente triste que una persona con tanta vida detrás, no pudiera recordarla y el verla sentada ahí mirando hacia la nada día tras día, me hacía preguntarme qué había en su cabeza, si imaginaba historias nuevas, si sólo se preguntaba quién era y qué hacía ahí, si estaba ahí deseando no estar, o quizá solo neblina. Como dicta la naturaleza, al pasar los años, en una noche con mucho viento y en un suspiro con aroma a árboles frutales, se fue.

Aparte del nombre y pese a que conocía poco de su historia, al menos no tanto  como me hubiera gustado, siempre sentí un vínculo muy fuerte con  ella. El día que ella murió, recuerdo que mi abuela Esthela, que aún estaba muy sana me dijo: “Se fue una Eva, pero nos queda otra”. De alguna manera me hizo sentir como si me diera la estafeta, con un vínculo aún mayor y con el peso y responsabilidad de igualarla. Eran unos zapatos muy grandes.

Por alguna extraña razón, en mi familia, por ambas partes, es común que haya alguna mujer que pudo o no estar casada, pero  ya pasando de los 50-60 están solas. Todas mujeres admirables, inteligentes, independientes. Entonces para mi no es algo que sea extraño, como lo es para algunas personas.  Sin embargo la idea de terminar sola no me termina de atrapar.

Quizá eso  fue parte muy importante de que me sintiera identificada hace algunos años  que fui con Yoya (tía por parte de mi mamá) y mi abuela materna Cecilia (Chila pa los cuates) al teatro San Rafael a ver una obra  que se llama “Cómo envejecer con Gracia”.  La obra va de dos viudas pasadas de los setenta, una muy independiente y obviamente de carácter muy fuerte. La otra, que se llamaba Gracia, era despistada y dócil, aunque ambas tenían hijos no las pelaban. Renegando, como buenas viejitas, se van  haciendo amigas al grado de depender una de la otra. Era como dicen ahora, una relación  “ganar-ganar”. Finalmente la despistada termina siendo más que despistada, tenía Alzheimer. Acaba sola recluida en un asilo o como les llaman ahora “casa de asistencia para la vejez” dónde sólo la visitaba su amiga, quien al cierre de la obra, le dice que no va a poder ir mas.
Tenía todos los ejemplos de ello frente a mi, tías, abuelas y tías-abuelas.  Yoya, Chila, Juani, Luisa, Mary, Mina, Cuqui, Eva, Raquel y Martha.
Para no hacer el cuento (mas) largo salí pensando que no quería llegar a vieja. Pues no importa lo que pasara consiguiera o no pareja, tuviera o no hijos, iba a terminar sola.  En este punto sabía que el Alzheimer es hereditario y que probablemente corre por mis venas, si bien no a todas les ha dado, con la suerte que me cargo (y en mi mente nunca dejó de sonar el eco del vínculo Eva-Eva), segurito me pasaría a mí.
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Por lo tanto estaba decidido, pasara lo que pasara me suicidaría a los 60.

Después de una profunda etapa de observación y análisis. Me arrepentí y me decidí a jugar el volado. Me di cuenta que hay de dos sopas:

Sopa 1
Mi familia en ambas partes es longeva, así que puedo dedicarme a tener una vida interesante y después poderla contar con la sabiduría y coherencia que mi abuelo Edmundo lo hacía hasta el último día de sus 91 años. Vivir con la energía e independencia que tiene mi abuela Chila a sus 85. O quizá ser la pila y látigo de más de 30 personas como mi abuela Esthela a sus 88, que aún con medio cuerpo paralizado y la conexión del habla perdida tiene la sensatez y cordura que a más de 1 de esos 30 les hace falta.
Es decir, si el gen que va a brotar en mi cuando sea vieja va a ser la longeva, cuerda (LOL, entiéndase capaz de recordar mi vida) e independiente, quiero poder disfrutar de la cabaña de retiro con DJ, Mayra, Ricardo (aunque se resista) y algún otro miembro que desee inscribirse. No quiero estar sola y quiero seguir escuchando rock.
Probablemente mi vida sea la mitad de interesante que la de mis abuelos. Aún así quiero poder recordarla toda.
Quiero poder recordar el orgasmo que fue ver por primera vez el video de “Enter Sandman”, recordar las carcajadas y lagrimas en Clavería,  la cicatriz con forma de corcholata en mi rodilla y como otras la fueron borrando, el pelo rojo de la madre Rufina y como colgaban sus pies cuando se sentaba, a mi primo Sebastian despertándonos con Dr.Feelgood aquel verano, el alivio que sentí cuando hice las paces con mi papá, los tequilas con naranja que me daba mi abuelo Mundo, lo chingon que se me veía el pelo violeta, las tardes que pasábamos mi primo May y yo jugando con espadas de carrizo, aquellas sudorosas tardes de pasión, videojuegos y cerveza durante la universidad con...en fin, recordar cada detalle posible de lo que hasta ahora he vivido y de lo que falta por vivir. 
Quiero recordar reírme de todo esto y como salí de ello, y si algún día llego a estar con “el”, también quiero recordarlo.
Quiero morir de viejita, pero quiero morir con todos mis recuerdos frescos. Y que un día se cumpla el sueño de no despertar jamás.

Sopa 2
Solicito formalmente a los integrantes actuales y próximos a inscribirse a la cabaña de retiro que en caso que llegara a ser victima del chingado alemán éste, conocido como Alzheimer (o cualquier tipo de demencia que me borre el casete), que me inscriban para ser “conejillo de indias”  en algún experimento al respecto.
Y si no es mucho pedir que el experimentador se parezca a Mc Dreamy.

Y en cualquier caso, incluso si me muero antes, quiero que toquen en el funeral Comfortably Numb.

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